La semana pasada caminé por el centro de Medellín, con el objetivo de conocer sus vecindarios y construcciones patrimonio. Comienzo la caminata por el Colombo Americano. Quiero sacar mi cámara, pero siento ansiedad. Quizás porque hace ya un rato no salgo a tomar fotos. También puede ser el ambiente, no se siente exactamente el lugar más seguro para sacar una cámara.
Llego al barrio de Prado, rodeado de grandes y antiguas casonas. Sin embargo, sus calles están vacías de peatones, solo pasan las ruidosas motos, los taxis. Veo personas habitantes de calles, pero de resto, las calles vacías. Muchas casas en este barrio están denominadas como patrimonio cultural. Muchas de ellas están abiertas al público para recorrer y visitar. Eso si, siempre que no sea sábado. Casas de la cultura, casas patrimoniales, todas cerradas los sábados. Aquí la cultura descansa los fines de semana.
Siento algo de inseguridad en las calles, rodeado de antiguas mansiones, iconos arquitectónicos de la ciudad. Entre ellos, la sede del teatro el águila descalza, la casa edad de oro, y una de sus más particulares edificaciones, el palacio egipcio. Esta ultima, construida entre 1928 y 1931 por el empresario optómetra Fernando Estrada.
¿Pero, será que el sentimiento de inseguridad está solo en mi cabeza? Llego al parque Simón bolívar. Inmediatamente, escucho el órgano de la catedral llamándome a entrar a la capilla. La misa está comenzado. “Por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa”, esto es lo primero que escucho luego de sentarme en una de las bancas. Un asistente me entrega la hoja con las oraciones del día. En ella, una oración afirma, con dios a mi lado protegiéndome, no tengo miedo, lo puedo todo.
El órgano continúa tocando. Camino la catedral y en una de sus esquinas, un padre me hace un gesto: Acercarte. ¿Yo? Me acerco despacio. “No se asuste,” me dice. Su cabeza es calva y brillante, portando unos grandes anteojos. “No se asuste. Guarde esa cámara, este sector es muy peligroso, le meten una apuñalada y le quitan la cámara.” Le agradezco al padre por su consejo y continuo caminando. Una advertencia muy gráfica. Por un momento considero su consejo, pero decido hacerle caso omiso. Por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa.
En el parque, frente a la catedral, hago una corta pausa en La Polonesa, y sigo caminando por la calle Junín y el parque Berrio. La gente no cabe en el parque en esta tarde de sábado. Parlantes, vendedores ambulantes, buses, motos y prostitutas. Paso por el banco de la república, solo está abierto en semana. El centro de Medellín, un universo cultural, de lunes a viernes. Con el calor de la tarde, busco un lugar para descansar. La biblioteca de Comfenalco, en un cuarto piso, es la respuesta ideal. Y lo mejor, esta sí está abierta hasta los sábados.