¿De dónde sale esta rabia? ¿Es acaso por las personas que se toman lo público, apoderándose del camino donde antes pasaba el ferrocarril?
En Puente iglesias, comienzo el camino del antiguo ferrocarril de Antioquia. Puente Iglesias. En 1885 se inauguró aquí el ya demolido puente con dos torres de estilo neogótico, las cuales parecían iglesias. Su construcción estuvo a cargo del ingeniero José María Villa.
Paso por la antigua estación de ferrocarril de Jericó, al frente de un nuevo centro educativo. La estación, junto con sus bodegas, ha sido transformada en viviendas. En una de ellas, dos mujeres, una con bebé en mano, se asoman por una de las coloridas puertas. Harían una bonita foto. Me acerco a ellas y les pregunto si puedo retratarlas. Entre sonrisas, inmediatamente apartan sus cuerpos de la puerta. El bebé, aun siendo cargado, asomado, es lo único que queda a la vista. “A nosotras no, pero puede tomarle una al bebé”. “Tranquilas, no se las tomo”. Con el bebé aún asomado, hay algo especial en el cuadro. Bueno pues.
Por este camino, voy en búsqueda de signos del paso del ferrocarril. Hoy, solo queda un tenue camino de tierra. Paso por casas bordeando el camino. Paso portones. Portón tras portón tras portón. Si esto era un bien público, ¿de dónde salen todos estos portones? Seguro son solo para las vacas, que pastan entre secciones del camino. Caminando, veo nuevos alambrados, que parecen haber sido corridos, acercándose más al antiguo camino.
¿Por qué siento rabia? Igual, aquí ya no hay nada. No queda rastro de lo que era un ferrocarril. El camino bordea la orilla del río Cauca. A la distancia se escuchan personas trabajando en el río, extrayendo algún tipo de material. También, al otro lado del río, se escucha el zumbido de carros y los camiones pasando por la carretera Conexión Pacifico 2. Me acerco a la orilla para tomar una foto y me tropiezo con un bloque de cemento. Encima de este, se asoma un pedazo de hierro. Esta es mi gran evidencia. Esto es lo que queda de las vías del ferrocarril, al menos en este trayecto. Queda esto y nada más. Esto, y estiércol. Estiércol del ganado que aprovecha lo que ya fue olvidado. Estiércol, hábitat perfecto para los hongos que crecen en el camino.
El camino se va tornando más maleza. Se dificulta más el caminar. Hoy salí con pantalones cortos, y la maleza, poco a poco, hace diminutos cortes en mis piernas. Arde. Recuerda la ecuanimidad.
¿Por qué tengo tanta rabia? ¿Es por las personas que se toman lo publico, aprovechándose del olvido? Antes de la caminata, le pregunté a un local por antiguos senderos de la zona. Existen algunos antiguos caminos empedrados, pero se dejaron de usar, y los dueños de terrenos aledaños corren poco a poco sus linderos, absorbiendo lo que antes pertenecía a todos.
Y todo este asunto, ¿es lo que me tiene con rabia? No sé, quizás sea más profundo que eso, más personal. Y quizás, hoy se ve reflejado en este camino, donde solía pasar un ferrocarril.
Llego a una bifurcación. El camino del ferrocarril continúa a la orilla del río Cauca. Me arden las piernas, llenas de diminutos cortes, y el camino está enmalezado. A mi derecha hay otro camino, que pasa por cultivos de naranjas para regresar a la vía principal. No sé qué camino tomar. Lo que sí sé es que del ferrocarril por este camino no queda nada. La memoria de este queriendo ser olvidada por intereses y desintereses públicos, y por la naturaleza, que eventualmente olvida todo lo humano.