“Deme dos mil y suba por detrás”, me informa el conductor del bus.
Así comienza el día, abordando un bus haciendo maniobras. ¿Para qué? No sé exactamente. En mano ya tenía los tres mil doscientos, tarifa estándar. Desde afuera, estiro el brazo para entregar el dinero y subo por la puerta trasera del bus.
Está vacío, el bus. No le doy vueltas a la razón de la maniobra. Hoy no es el día para eso. Hoy, y siempre, es para esperar lo mejor de las personas.
Me bajo del bus en la estación de Metro Poblado. Los pasajeros agradecen al conductor al bajarse.
Luego de dos cortas paradas en Metro, llego a la estación Exposiciones. En la calle, encuentro un bazar improvisado de motos: ventas de cascos, arreglo de motopartes, sillería, motos usadas. Parece que aquí viniera todo Medellín a reparar y atender sus motos.
Tras pasar el improvisado bazar, llego al Teatro Metropolitano. Antes, la autopista pasaba enfrente del teatro. Luego, la escondieron bajo tierra y en su lugar construyeron un parque que sigue el cauce del Río Medellín, Parques del Río.
Aquí, el ruido de la ciudad es lo suficientemente lejano para escuchar la tranquilidad y los pájaros. Es difícil percatarse de lo ruidosa que es Medellín hasta que nos alejamos un poco del ruido. Aun así, el rugido se escucha a la distancia. Hicimos de la ciudad una explosión sonora sin darnos cuenta.
Paso por Conquistadores, el vecindario aledaño al parque. Me sorprende que todavía existan vecindarios así en Medellín, tranquilos, bonitos, a escala humana. Casas de uno o dos pisos. Edificios relativamente bajos. En Parques del Río, compro un tinto y unas galletas de un carrito en la calle. Me siento en una silla a disfrutar de la calma y del caos a la distancia.
Espacio mental. Esto es lo que la naturaleza nos regala. Definitivamente lo necesitamos. Darle campo a la mente, liberarla.
Pero también necesitamos la ciudad, para inspirarnos. Para ver lo que es posible.
Aquí, con espacio para la mente, pienso en cómo estar contento con el presente, con lo que se tiene. ¿Cómo perseguir una visión sin olvidar lo que se tiene hoy? ¿Cómo mantener presente lo que es realmente importante?
Definitivamente necesitamos la naturaleza, espacio idóneo para despejar la mente.
De Parques del Río camino hacia Suramericana. Entre estos dos lugares, prefiero guardar mi cámara, pues no se siente seguro. Este sentimiento cambia por completo una vez llego a Suramericana. Aquí me recibe una obra que me deslumbra, algo que no me pasaba en ya algún tiempo. Se trata de “La Vida”, del artista y escultor Rodrigo Arenas Betancourt. ¿Cómo no había conocido esto antes? Nunca terminamos de conocer el lugar donde vivimos.
A la escultura tengo que darle varias vueltas, buscando absorberla en su totalidad. Me siento en una banca justo enfrente y comienzo a leer un poco de su historia.
En la página centrodemedellin.co, un tesoro de información sobre la historia de Medellín, encuentro un hermoso relato sobre el origen del monumento. Este cuenta cómo el expresidente de la empresa de seguros Suramericana, Jorge Molina Moreno, logró convencer a Arenas de elaborar este monumento:
A Molina le costó convencerlo. Al principio, Arenas ni siquiera quería escucharlo. Se lo impedían sus ideales, dijo, su pensamiento político de izquierda, su incomodidad con la élite, sus diferencias con ese sistema que rechazaba y que tanto criticó. Molina, en cambio, le tenía reverencia a pesar de las marcadas diferencias sociales. En el fondo los unía la mirada sensible sobre el mundo.
Entonces, un día de 1971, año en el que empezó a planearse el proyecto, Molina le soltó una frase que convenció al maestro: “Los artistas pertenecen a la humanidad”.
Continúo caminando hacia Laureles, pero mi mente se queda en la escultura. Me recuerda el poder y la importancia del arte en la vida de las personas, y cómo esto puede ser olvidado por las distracciones del día a día.
¿Cómo mantienes presente lo que es realmente importante?