Tuvieron que ser las montañas. En ellas, especialmente las de Fredonia, Antioquia, Rodrigo Arenas Betancourt tuvo que haber encontrado respuestas a misterios sobre el arte, la vida y la muerte.
Ahora, yo estoy aquí en Fredonia, buscando en el Maestro Arenas, como era conocido, respuestas a estos misterios.
Llegué a una pequeña casa, a uno o dos kilómetros del pueblo de Fredonia. Se trata de la Casa Museo Rodrigo Arenas Betancourt. Adentro se escuchaban tangos, pero ya era mediodía y sus puertas estaban cerradas. Decido esperar afuera, con la esperanza de que algo pasara. Hay momentos para esperar y momentos para avanzar. Este se sintió como el primero. Minutos después, se abrieron las puertas.
“¿Están abiertos?”
“Venga, le mostramos”, me respondió Óscar Ossa, quien estaba junto a Margarita Arenas Betancourt, única hermana sobreviviente del Maestro.
El tango se escuchaba a la distancia mientras me mostraban los objetos de la colección: maquetas, esculturas, autorretratos y libros del Maestro. Desde aquí, me señalaron la casa donde nació Arenas, al borde de una montaña, con vista de primera al Cerro Bravo. Su hermana Margarita, a pesar de una condición de salud que dificulta su movilidad, me compartió un par de anécdotas de su hermano, 21 años mayor.
Cuando Arenas se fue a Roma con la embajada de Colombia, Fernando Botero le quitó su escultura en el Parque Berrío de Medellín. Eso molestó mucho al Maestro. “Por eso no se llevaban bien”.
Entre tangos, tinto de la región e historias, me recibieron en esta casa para contarme relatos de Rodrigo Arenas. Cuando se trata de grandes personajes como él, es difícil distinguir la realidad de la ficción.
Rodrigo Arenas, luego de encontrar reconocimiento y prosperidad en México, de viajar y poder escoger cualquier lugar del mundo para vivir, fueron las montañas de Fredonia y El Uvital las que lo llevaron a regresar.
Tuvieron que haber sido las montañas.
Arenas encontró respuestas en las montañas de Fredonia:
“Permanecí rodeado de agrestes montañas, responsables de mi sed insaciable de nuevos horizontes.”
“En Fredonia”, decía Arenas, “añoraba el mundo, y en el mundo, soñaba con mi pueblo.”
Al terminar mi visita en la Casa Museo, me recomendaron visitar el osario de la iglesia de Fredonia para ver la obra de Arenas, Las Manos de Mi Madre.
Ya en Fredonia, me siento en un café al lado de la iglesia para leer más sobre el maestro.
“No se siente ahí, que lo caga un pájaro. Hágase en estas mesas que son las más cotizadas”, me advierte el señor de la mesa de al lado. Solo después de ver el libro de Arenas que saqué de mi morral, me contó su historia.
Me dijo su nombre y su relación con Rodrigo Arenas. Él es Julio Maldonado. Trabajó en el taller del maestro Arenas hasta su muerte en 1995. Le ayudó al maestro en la obra que, a causa del cáncer, nunca logró ver finalizada: La Medicina y La Salud. Años después, Julio realizaría el monumento en homenaje al maestro que hoy adorna la plaza de Fredonia.
Luego de conversar y despedirme de Julio, solo puedo pensar, ¿cuáles son las probabilidades…?
De Fredonia, parto con un lineamiento claro del maestro: sigue las montañas, los nuevos horizontes. Crea tu propia libertad y realidad. Así podrás encontrar el arte de vivir y el arte de morir. Para vivir y trabajar en lo que amas, “bastan unos cuantos elementos” y nada más.