Hoy el plan es visitar las esculturas de Rodrigo Arenas Betancourt en el centro de Medellín. Llego al centro, distraído, disperso. Miedos e inseguridades en mente. Mis prioridades últimamente han estado… no han estado. El tiempo se siente que va a mil. Quiero que vaya más lento, pero no puedo.
En vez de caminar hacia las esculturas de Arenas, serpenteo las calles del centro. Paso por El Acontista, un verdadero refugio en el centro. Jazz, libros, café. Justo lo que necesito hoy. Aquí logro despejar mi mente, acompañado de un buen café y jazz. En mi dispersión, reúno los suficientes ánimos para comenzar el tour.
La primera escultura de Arenas en el día es La Creación (1983, acero y bronce, 18 metros de alto), oculta entre palmeras, ceibas y edificios. Dada su altura y los obstáculos, podrías pasar por aquí decenas de veces sin percatarte de su existencia. Hay que mirar alto para encontrarla. Hoy, a las 3 pm, con el sol de trasfondo, se dificulta más verla.
Comienzo a tomar fotos, luchando contra el sol y los obstáculos para obtener un buen ángulo. Algo en mí comienza a cambiar. Faltaba solo un café y despertar la vista. Ahora sí, el tour de Arenas en el centro comienza oficialmente.
Es sábado en la tarde. El centro está a toda marcha. Personas por todas partes. Toma una foto. Vigila tus bolsillos. Ten cuidado. ¿Estaré llamando mucho la atención? Rápido. Guarda la cámara. Rápido. Despacio. Mira esto. Wau. Jamás había notado esto. Rápido. Despacio. Cuidado. Todos los sentidos se agudizan.
¿Y cuántas esculturas de Arenas hay en el centro? Siete en el centro “centro”, contando Monumento a la Raza, obra más monumental de Arenas en Medellín. Sin embargo, hoy no está en la lista a visitar.
No todas las esculturas son tan fáciles de acceder como la primera. El Flautista y el Perro (1969, concreto y acero), esta cerrada al público los sábados. Ubicada en el segundo claustro de San Ignacio, dentro de la Universidad de Antioquia, tengo que convencer a los guardas para dejarme entrar a verla.
“Vengo a ver la obra de Rodrigo Arenas”. Los dos guardas se miran confundidos.
“Se llama… ¿El Flautista y el Perro?”. Con eso, parecen entender a cuál me refiero.
“Está en la siguiente plazoleta, pero hoy está cerrada al público”.
“Tomo una foto rápida y me devuelvo de una”. ¿Cuántas personas llegarán a preguntar con tanta especificidad sobre la obra de Arenas?
A diferencia de El Flautista y el Perro, la tercera escultura es difícil de pasar por alto. Se trata de Largo Viaje del Vientre al Corazón del Fuego (1966, concreto y bronce), en la entrada del edificio de la lotería de Medellín.
Entre vendedores de tiquetes de lotería, carros y motos pasando la calle, y peatones apurados, se me dificulta encontrar un espacio para admirar con tranquilidad esta obra.
En el centro es difícil no toparse con las obras de Fernando Botero, y para la siguiente escultura en el itinerario, comienzo a adentrarme en lo que parecería ser territorio Botero. El Desafío (1980, bronce y concreto, 18 m de alto), obra monumental de Arenas, funciona de trasfondo para vendedores de papayas y aguacates en el Parque Berrío. Seis años después de su inauguración, Torso Femenino de Fernando Botero también se inauguraría en este parque.
Sin embargo, es la obra de Arenas la que aquí se roba casi toda la atención. Y si en el Parque Berrío gana en monumentalidad Arenas, es en la Plaza de las Esculturas donde su obra es apartada a un costado. Las esculturas de Botero son dueñas de esta plaza, como si estuvieran desquitándose por la monumentalidad de Arenas en Berrío.
¿Cómo sería la relación entre Arenas y Botero? ¿Sentiría Botero algún tipo de envidia por la magnitud en las obras de Arenas, en su ambición artística? ¿Sentiría Arenas celos de la fama y predominancia de Botero en la cultura paisa? Botero, desde su estudio en Pietrasanta, Italia. Arenas, en su estudio de Caldas y El Uvital, Fredonia. En la superficie, sus carreras y vidas parecen ser opuestas, si no en el arte y en sus ideologías. Quizás son dos caras de la misma moneda.
A un costado de la Plaza de las Esculturas, lejos del centro de atención, en una calle poco frecuentada, se encuentra Prometeo Encadenado (1957. Bronce). Solo un par de prostitutas y vendedores de minutos pasan por esta calle en el tiempo que estoy aquí. Cerca del placer, lo erótico y el pasar del tiempo. Creo que Arenas no estaría descontento con esta ubicación.
Respecto a Prometeo, Arenas diría:
Los hombres que convierten el oscuro metal, hurtado a las entrañas de la tierra, en aéreas estructuras para morada del espíritu, son modernos Prometeos. Los obreros que por medio del fuego transforman la humilde arcilla en perfectos y bellos artefactos, son modernos ladrones del fuego. Las obreras que con sus manos humildes y encallecidas, hechas para la caricia y la ternura, tejen del blanco copo de algodón la frágil tela, son también amorosas antorchas prometeicas. Y el negro y sudoroso minero que vive en los oscuros socavones, palpando las viejas entrañas de la tierra, es también un nuevo Prometeo. Y el hombre que sabe del canto de las espigas, del susurro de las mazorcas de maíz, náufrago de aquel mundo de corolas y de polen, es también una débil flama.
Frente a este Prometeo Encadenado, una señora de escasa ropa me llama. “¿Qué más? ¿Nos vamos?”. “¡Gracias!”, le digo, continuando mi camino.
Avanzando la tarde, se llenan más las calles. Baja el calor del día y sube el calor de la noche.
Buscando descanso, esquivo multitudes hacia mi último destino. Es casi imposible avanzar por las calles. Vendedores, carros y peatones absorben todo espacio público. Aun así, estoy contento de llegar a mi último destino, cerca de uno de mis lugares favoritos en el centro, Salón Málaga.
La última escultura es Dios Mercurio (1997. Bronce). Pequeña en comparación con el resto de las obras de hoy, es la que más me toma tiempo encontrar, dando vueltas a la inmensa estación San Antonio en su búsqueda. Para esta inmensa estación, un pequeño detalle de Arenas.