Hoy estoy en el pueblo de Venecia, Antioquia. Caminando por sus calles, puedo ver el énfasis que se le ha dado al turismo. Se ve en la calle de los grafitis, se ve en la calle peatonal, con toldos de artesanías y cafés “trendy”. Este particular sábado, no hay muchos visitantes. Se preguntarán los venecianos, ¿Dónde están los turistas?
Los venecianos, a su vez, no frecuentan mucho estos espacios destinados al turismo. Ellos se confinan a sus propios espacios. En una de las esquinas del parque, opuesta a la iglesia, se encuentran billares y cafeterías, de esas que solo venden tinto, café con leche, gaseosas y alcohol. Estos son sus lugares predilectos, y francamente, los míos también. Suficientes cafés “trendy” con lattes y capuchinos tengo en Medellín. Lo que busco son esas cafeterías llenas de viejos, campesinos y locales, tomando su sencillo café y disfrutando de la tarde.
En esta esquina, además de concurridas cafeterías, hay camionetas viejas de transporte público. Jeeps y Toyotas que se han mantenido a través de las décadas. También hay campesinos vendiendo sus productos en la calle: yucas, bananos y plátanos. Hay café en la acera, terminándose de secar.
¿Dónde están los turistas? A veces pienso que algunos pueblos deberían enfocarse más en el turismo. Eso atraería más dinero. ¿Pero sí es lo correcto? Acaso cuando un lugar se enfoca demasiado en el turismo, ¿no se pierde lo que lo hace atractivo desde un comienzo? El síndrome de parque de diversiones: cuando un lugar se enfoca tanto en el turismo que deja de ser real.
Afortunadamente, eso no ocurre con Venecia, Antioquia. Aquí, todavía existen los billares y las cafeterías sencillas. Las tiendas de barrio y las ferreterías. Aquí todavía se respira pueblo antioqueño.