“El Hombre Creador de Energía”. Ese es el título de este masivo monumento frente a mí, en la plaza principal de la Universidad de Antioquia.
En la entrada de la universidad, el guarda de seguridad me pregunta: “¿A dónde se dirige?”
No estoy seguro de poder entrar. No soy estudiante de la universidad, pero tengo que intentarlo. “Vengo a conocer las obras de Rodrigo Arenas.”
Son dos las obras de Arenas en este campus: Prometeo-Cristo Cayendo (1970, vaciado en bronce) y El Hombre Creador de Energía (1971, fundición en bronce y vaciado en concreto).
En la portería, el guarda inspecciona mi identificación, teclea en su computador beige, y luego de un minuto me permite el acceso.
El Hombre Creador de Energía representa a un hombre y una mujer propulsados en el cielo, en una aparente búsqueda por alcanzar las estrellas. Parado frente al monumento, no puedo evitar sentir su energía, si no es por los fuertes chorros de agua que propulsan simbólicamente a esta pareja, 18 metros en el aire.
Pero, ¿qué energía creamos los humanos? En el ámbito físico, la energía no se crea, solo se transforma, siguiendo el principio de conservación de la energía. Pero creo que Arenas se refería a otro tipo de energía. Esta energía resulta de la capacidad de mirar a las estrellas y ver en ellas las posibilidades de lo que podemos crear. Se refiere a una energía de espíritu.
¿Cuál es la mayor fuente de energía que el humano ha logrado aprovechar? ¿La del sol? ¿La del átomo? Quizás es la del ser interno, que nos permite ver las posibilidades detrás de esto. La energía en la búsqueda del núcleo que mueve al ser. La motivación de hallar respuestas a inquietudes que quizás nunca obtendremos respuestas. Ahí está la verdadera creación de energía.
Y es a esa energía a la que quiero acercarme más.