Una corriente de posibles amores, relaciones y futuros alternos. Eso es lo que representa Bumble, y cualquier otra aplicación de citas moderna. Un superpoder al alcance de todos. Una infinidad de posibles relaciones a la mano. Nuestros antepasados solo podrían soñar con crear tales herramientas. Pero no todo es divino. Con nuevos horizontes, emergen nuevos problemas. Problemas que jamás habríamos imaginado.
Que mejor forma de expresarlo que como dicta un perfil de Bumble: “Cansada de los casi algo”. ¿Y no lo estamos todos? Con tal facilidad de conocer nuevas personas, tal resulta la facilidad de despedirse de ellas.
En el pasado, nuestras opciones románticas se limitaban al espacio físico que habitábamos y nuestros círculos sociales. Con la llegada de las aplicaciones de citas a la cultura popular, estos límites quedaron atrás. El nuevo limitante para conocer personas es la calidad de perfil que puedas crear y el tiempo a dedicar para chatear con tus nuevos matches.
Así, el flujo de nuevas personas que entran y salen de tu vida aumenta drásticamente. Lo que nos lleva a las relaciones “casi algo”. La misma herramienta que creamos para conocer a ese alguien especial, pareciera estar perjudicándonos en la misma tarea. Si no, ¿cómo es que un grupo de personas con objetivos similares tiene tal dificultad en encontrarlo?
Anteriormente, y con menos opciones, nos podíamos contentar con nuestras opciones de pareja. Ahora, siempre puede haber un mejor match, una mejor versión de esa pareja. Una nueva persona que pueda cumplir con todos nuestros requerimientos imaginarios. Y esto nos está haciendo miserables.
Puedo sonar resentido, sin optimismo frente a estas aplicaciones. No es el caso. Con ellas, he encontrado relaciones significativas. Una relación de casi un año comenzó por una aplicación. Fue bonita, mientras duró. Entonces, ¿por qué la crítica? ¿Acaso esa relación, en cuanto a aplicaciones respecta, fue suerte de principiante?
Por el momento, solo puedo contar mi experiencia. Descargué Bumble, la menos terrible entre las opciones. Usarla me ha enseñado mucho, si no fuera por una regla fundamental que, al momento de descargarla, me… ¿autoinfligí?
La regla es: pase lo que pase, no cerraré la aplicación, seguiré usándola. ¿Por qué esta regla? Mi objetivo es buscar “activamente” una persona con quien pueda tener una relación a largo plazo. Anteriormente, cerraba la aplicación después de un tiempo, o porque me cansaba de usarla, o en una menor probabilidad, porque encontraba a una persona.
Gracias a esta regla, he estado más activo en Bumble que en cualquier otro momento. En los últimos tres meses, he tenido decenas de matches y nuevas conversaciones. He salido con nueve personas. Al escribir el número, mi primer impulso es redondearlo. ¿Más o menos diez personas? Luego me pregunto si esto no hace parte del problema: la mercantilización de las relaciones. ¿Habré olvidado ya a alguien, perdiéndose esta en la memoria? Tan fugaces son que, en algunos casos, me cuesta recordar sus nombres.
Ha sido, por falta de mejores palabras, una maestría intensiva en emociones. He encontrado todo tipo de personas, pero ninguna con la que haya logrado mi “objetivo” hasta ahora.
He tenido etapas. La primera la llamo “la estrellada en la pared, con toda”. Comencé conversando con personas en Bumble, planeando citas con quien encontraba una conexión inicial. Coincidentemente, las primeras personas con las que salí me advirtieron no estar disponibles emocionalmente. Una de ellas, hacía una semana había terminado una relación de más de 5 años. ¿Qué se supone que haga con eso? Esas fueron mis primeras experiencias. Me dije: ¿Qué importa? Todavía no hay sentimientos encontrados, ¿qué problema hay en que no estén emocionalmente disponibles?
Lo que no preví fue que, para algunas personas, “no estar disponible emocionalmente” significa ignorar los sentimientos del otro. Personas que cancelan citas sin explicación, dejan de contestar o desaparecen sin previo aviso. ¿Desde cuándo no estar disponible emocionalmente da campo abierto para tratar a las personas sin consideración? La facilidad de conocer personas les otorga libertades en el trato hacia los demás. La honestidad, la empatía y el respeto sufren en las aplicaciones de citas.
Conocí personas que se mostraban abiertas y dispuestas en persona, pero, una vez nos despedíamos, encontraban repetidas excusas para no volver a salir o accedían a nuevas citas solo para luego cancelarlas, y en algunos casos desaparecer. ¿Puedo culparlas? Nos conocimos por las escaleras eléctricas de las citas. El McDonald’s de conocer personas. Nos podemos deshacer de ellas tan rápido como las conocemos.
Quizás sí estoy resentido. Algunas personas, por miedo a herir, prefieren ser deshonestas. Lo que duele es la falta de honestidad, no la verdad. Es fácil encontrar culpas. Es fácil ver fallas y señalarlas. También hay personas consideradas y honestas. De todas las personas con las que salí y no funcionó, solo una me dijo, inmediatamente después de la primera salida, “oye, creo que por aquí no es”. Eso fue como baño de agua fría en un día caluroso.
En Bumble y en aplicaciones de citas, conocemos a alguien, nos exponemos, nos mostramos como somos y volvemos a comenzar. ¿Qué queda? Se siente como la piedra de Sísifo. Aprendemos lecciones importantes para olvidarlas, recordarlas de nuevo y repetir el ciclo. Con cada intento, se espera terminar un poco mejor que al comienzo. Con un poco más de conocimiento, un poco más de fortaleza emocional.
Entre rechazos, ignoradas y futuros desaparecidos, llegué al tope de lo que podía sentir. Estaba agotado; no quería sentir más. No más abrirme, no más mostrarme. En esos ciclos, solo podemos esperar aprender las lecciones correctas. Lecciones que nos ayuden a crecer, que no nos limiten.
Y en ese momento, en ese punto de no querer sentir nada, llegué a donde no quería llegar: emocionalmente no disponible. Las emociones se fueron de vacaciones, a sanarse y a descansar. Lo que queda es la mente racional, tratando de cubrir las labores de lo emocional.
¿Es aquí donde decidí parar de usar Bumble? No, todo menos eso, eso sería rendirse. El esfuerzo continúa, pero la estrategia cambia. De un rechazo puede salir algo nuevo. Solo queda lidiar con miedos e inseguridades. Observar qué es lo que tanto duele e investigarlo detalladamente. ¿Qué hay ahí? Tuve que aprenderlo a la fuerza.
Buscando respuestas, ninguna fuente me ayudó tanto como un viejo amigo: Marco Aurelio y su libro Meditaciones. Marco Aurelio, decimosexto emperador romano y figura clave del estoicismo. Sí, estoicismo. ¿Puede haber palabra menos excitante como referente en cuanto a citas? Pero acudo a ella y la reviso en la necesidad.
Entumecido y herido emocionalmente, me adentro en Meditaciones buscando respuestas. ¿Y qué encuentro en este libro para hacer de Bumble un lugar más gentil con el alma, más tolerable? Primero, la moderación. En sus escritos, Marco Aurelio aboga por la continencia en los deseos y las aversiones. Yo, buscando afecto, conexión o una pareja, avanzaba como caballo desenfrenado. En cólera, ignorando cualquier cosa por lograr lo que estaba en mente. Buscando satisfacer deseos y evitar penas. Me estaba, como lo pondría Marco, haciendo una excrecencia en el universo. Vale, primera lección: continencia. Deja de buscar el placer o la aversión.
Esto está muy bien y todo, pero, ¿por qué mi mente, cuando comienza a fallar una posible relación, se torna negativa y comienza a divagar? ¿Qué pensará de mí? ¿Creerá que soy aburrido? ¿Un perdedor? ¿Que no tengo futuro? ¿De dónde surgen esos pensamientos? Ahora me doy cuenta de que esas voces, esas preguntas, son solo mías. Son mis temores proyectados en otras personas.
Es aquí donde llegan dos lecciones más de Marco Aurelio y su útil estoicismo: la ecuanimidad y lo que llamo “lo ajeno”.
Sobre la ecuanimidad, la lección respecto a Bumble es: deja de juzgar lo que acontece con otras personas como bueno o malo. Esto está fuera de tu control. Para usar palabras estoicas, permanece inalterable ante cualquier acontecimiento y disposición del universo. La mente tiene el poder de no formar juicio alguno sobre lo externo y así mantener su paz. Funcione o no una salida, te guste o no una persona, te trate bien o mal, deja de juzgarlo como bueno o malo y acéptalo por igual.
En cuanto a “lo ajeno”, es sencillo. Esto es una cuestión que hasta Marco Aurelio luchaba por seguir, basado en sus escritos. No lo pudo haber dicho mejor: “Deja de indagar en lo que acontece en almas ajenas”. Deja de enfocarte en lo que los demás piensan, hacen o tienen. Lo sé, en la era de las redes sociales, esto suena como hechicería, pero realmente aquí es donde la mente puede encontrar paz, cuando deja de preocuparse por lo que la otra persona piensa o hace.
Y a todo esto, me surge la duda: ¿cómo le iría a un estoico romano en Bumble? Creo que no lo usaría. ¿Para qué? ¿No dicta su filosofía que todo morirá pronto? ¿Que nuestra permanencia en el universo es un abrir y cerrar de ojos y, después, queda solo el olvido? ¿Qué importa si mueres solo o acompañado? Todos caminamos ese trayecto solos.
Con estoicismo en mano, vuelvo a Bumble con una nueva energía, retomando con nuevos ánimos el conocer personas nuevas. Las citas que tengo, no todas salen como quiero. Continúo aprendiendo, buscando graduarme de la maestría de las emociones. Y, por encima de todo, manteniendo las nuevas herramientas aprendidas: siendo honesto, diciendo las cosas como son y actuando con buen ánimo.
Una tarde de sábado, terminando de escribir mis apuntes, se acerca la hora de mi siguiente cita de Bumble. Momentos antes, me escribe: “La verdad tengo muchas ganas de conocerte”. Se me mueve la tierra un poco, quedo momentáneamente sin palabras. Me repito a mí mismo: ecuanimidad y moderación. Creo que es posible, pero vamos con calma. Si se puede, veremos qué pasa.