Todo parecía estar en mi contra para salir a explorar las vías del antiguo ferrocarril de Amagá, entre Camilo C. y Palomos. Quizás mi mente tenía miedo, buscando cualquier obstáculo para detenerme. Pero esa voz interna, la que sabe mejor, me decía gentilmente: “Sal. Explora. Te hará bien”.
Llegando Palomos, no logro encontrar lugar seguro para parquear. Un obstáculo más. Es como si el universo quisiera que no fuera. Estás yendo en contra de la inercia, eso es. Si te quedas quieto por un tiempo, eso se convierte en tu inercia. Si estás en movimiento constante, esa será tu inercia. Con esto, cambio de plan y conduzco hacia Camilo C. para encontrar parqueadero y caminar el trayecto en sentido opuesto.
En Camilo C., la caminata comienza en su antigua estación ferroviaria. Un grupo de caminantes de unas veinte personas me pasa en el camino. Pocos se percatan de la estación, hoy patrimonio cultural de la nación. No los culpo, la estación pasaría casi desapercibida si no fuera por la pequeña taquilla en su fachada.
Se adelanta el grupo de caminantes y creo ver a una mujer con quien solía salir. Estoy en el pórtico de la estación, alejado del grupo y no alcanzo a verla claramente, pero le sonrío. Sin embargo, ella sigue caminando. ¿Será que sí es ella? Fue una relación prometedora. Teníamos mucho en común, excepto las formas de mostrarnos cariño, lo cual desgastó prematuramente la relación.
El grupo se adelanta y comienzo a caminar detrás de ellos. Por el momento, no hay señal de vías del tren, solo un húmedo camino de barro. La primera media hora, lo único que veo en frente de mí es una cabellera color fuego. Es la guía del grupo encargada de ir atrás. Veo esta cabellera pasando entre arbustos y plantas de café. Esto me recuerda a la mujer con la que solía salir. También tenía cabello rojo.
Investigando esta caminata, encontré noticias de dos muertes trágicas relacionadas con esta. La primera, una mujer que vino a saltar de bungee en uno de los puentes férreos. Al parecer, al saltar del puente, aún no tenía amarrada la cuerda. Saltó al vacío sin nada que la detuviera. Eso fue el final de los saltos en bungee en esta vía, que de igual forma se realizaba de forma ilegal, aparentemente. La segunda muerte es de un guía que solía promover el turismo en la ruta. Él estudiaba aviación y murió inesperadamente en un accidente aéreo.
El sol sale y el barro húmedo se convierte en tierra compacta. Hasta ahora, no hay rastro de vías del tren. ¿Qué pasó con las vías? ¿Es ingenuo de mi parte esperar que siguieran ahí? ¿Con la esperanza de algún día poder volver a usarlas? En frente de mí escucho las risas y las voces del grupo de caminantes. En vez de vías férreas, veo naturaleza y el cerro Bravo a la distancia. ¿Qué habría sido montar en tren por estos paisajes, rodeados de naturaleza, colinas y campos de café?
En ocasiones, logro sobrepasar al grupo en frente de mí; en otras, ellos me sobrepasan. Por ahora, no quiero enterarme si la mujer que vi era con quien solía salir. Después de pasar la escuela La Delgadita, y ahora caminando casi en par con el grupo, nos encontramos con el primer túnel ferroviario del trayecto, construido en 1925.
El túnel es corto. Cuando apenas se pone oscuro, ya a la vuelta se ve la luz del otro extremo. Los ojos ni logran acostumbrarse a la oscuridad. Pasamos un par de túneles más, el grupo y yo, y llegamos a un estadero al final del cuarto túnel. Aquí finalmente puedo comprobarlo: la mujer que había visto no era la que conocía. Era bastante similar sin embargo, si no fuera por su cabello más oscuro.
En el estadero, me tomo un tinto y aprovecho para adelantarme y dejar atrás al grupo de caminantes. Paso por cascadas, estaderos, carpinterías y jeeps transportando pasajeros. Luego de casi una hora, por fin encuentro las primeras vías del tren, y con ellas, el primer puente férreo de la caminata.
Fue en este puente donde murió la mujer saltando en bungee. Detrás del puente, encuentro una cascada llamada “Salto del Ángel”. Cruzar el puente no es lo más seguro. El único paso es un camino de cemento no más ancho que dos pies uno al lado del otro. En él, ciclistas, motos y caminantes deben compartir el mismo estrecho camino. A lado y lado, huecos en el puente dejan ver la quebrada abajo, donde caerías si te fueras accidentalmente por uno de ellos.
Después del puente, hay más caminos sin vías férreas. Lo que queda del tren son las estaciones, los túneles (seis de ellos en este trayecto) y dos puentes de hierro. ¿Cómo se dejó morir esto? Lo que fue una vez símbolo del fervor y proeza antioqueña es ahora un lejano recuerdo. Olvidado con las carreteras y las nuevas vías.
Cerca de Palomos me encuentro con el segundo puente férreo de hierro. Sin pensarlo, comienzo a cruzarlo y ya casi en el medio, caigo en cuenta de que es mucho más peligroso que el anterior. Lo único que hay entre mi cuerpo y una caída fatal son unas viejas tablas improvisadas como camino. Tablas que ni dan confianza para pararse en el medio de estas, solo en los bordes donde están clavadas. Mientras trato de balancearme precariamente entre tabla y tabla, no puedo evitar pensar en lo ridículo que es esta situación. “¿Seré yo el único torpe en saltarse este puente así?”
Antes de cruzar el puente, vi lo que parecía ser un carruaje diseñado para cruzar el puente usando las vigas de hierro. Seguro así es como las personas lo cruzan, no como yo lo estoy haciendo, de forma precaria y despreocupada. Termino de cruzar el puente aún impactado por la situación en que me metí sin pensarlo dos veces. Después del puente, los riesgos disminuyen y llego a Palomos. Aquí, la antigua estación está bien mantenida, pero cerrada al público. En su fachada, varios murales ilustran la historia del ferrocarril. Justo cuando llego a la estación, pasa un bus por la carretera. Me subo en él para regresar a Camilo C. y terminar la expedición.
¿Qué queda de toda esta historia del ferrocarril en esta zona? Queda un tenue recuerdo y la imaginación de las personas que lo atraviesan y reviven el trayecto. Queda el romance de la antigüedad y lo que pudo ser Antioquia en ese tiempo, cuando las montañas eran algo a dominar y la cultura antioqueña en proceso de forjar.
¿Qué sería montar en un antiguo tren por estas montañas? Con la imagen en mente de un ser querido o relación pasada, en el largo camino, sin saber qué es lo que espera al otro lado del túnel.