Foto: Pagoda en Dhamma Kalyana, Kanpur, India.
Huevos veganos, crema de maní, tofu de lentejas. Platos, no del más nuevo restaurante vegano, sino de Vipassana, un retiro de meditación de diez días. Este retiro, donde se medita 10 horas diarias sin comunicación con el mundo exterior, se ha convertido para algunas personas en la oportunidad de vivir una experiencia sensorial a través de la comida, y probar los más deliciosos platos de una cultura.
Cinco días antes de mi segundo retiro Vipassana, en las afueras de Medellín, Colombia, me encontré con una amiga taiwanesa. Ella también había realizado este retiro. Coincidimos que lo mejor de la experiencia, además de las lecciones, es la comida. Su próximo retiro lo haría en algún país con una excelente oferta gastronómica. Esto me recordó a mi primer Vipassana, cerca de la ciudad de Kanpur, India. Lo más memorable no solo fue meditar dentro de pagodas (templos) budistas a metros del Ganges, rio más sagrado en el Hinduismo. También, fueron los platos de la región servidos. Naans, dosas, curris y chutneys. Platos que hacen parte de los recuerdos culinarios más fuerte durante dos meses de viaje en la India.
Vipassana, es una técnica de meditación originaria de India, y enseñada en múltiples idiomas y centros por el mundo. Para aprender la técnica, se asiste a un retiro de 10 días donde se come y se duerme en el mismo centro, incomunicado del mundo exterior y sin distracciones como dispositivos electrónicos, libros, o incluso papel y lápiz. Durante los diez días, se mantiene una división de géneros y el “noble silencio”, donde no se puede comunicar ni hablando, ni por gestos ni miradas con otros estudiantes, pero si con los profesores y facilitadores del curso. Cada retiro funciona gracias a las donaciones de estudiantes antiguos, siendo cada persona libre de donar lo que este a su alcance y voluntad.
Sin embargo, respecto a la comida, un centro Vipassana no permitirá probar toda la gastronomía de una cultura, pues una de sus reglas es el vegetarianismo. Esto no detiene a los chefs del centro, estudiantes antiguos sirviendo como voluntarios, de crear deliciosas alternativas a platos carnívoros, todo con modestos ingredientes vegetarianos accesibles a cualquiera.
Luego de llegar al retiro, se deben seguir algunas reglas, llamadas preceptos, relacionadas con la comida. Primero, no matar ningún ser viviente. Esto, según la creencia Vipassana, se extiende a no comer ningún ser viviente. Segunda regla, no beber ninguna bebida alcohólica. Adiós a la idea de acompañar tu comida vegetariana con un buen vino o una cerveza junto a tu hamburguesa de torta de frijol.
El desayuno se sirve a las 6:30 am. El almuerzo, a las 11:00 am. Ambos anunciados con una campanita durante meditaciones, un sonido que pronto te hará salivar como perro de Pávlov si no cuidas tu ecuanimidad, una de las enseñanzas del retiro. La cena se anuncia a las 5:00 pm. Esta, sin embargo, es de menor cantidad que las otras comidas. Para estudiantes nuevos, una fruta, para estudiantes antiguos, solo té. Durante el curso, se recomienda comer 3/4 de lo normal, siendo difícil meditar con un estómago muy lleno.
Los desayunos eran arepa, avena o colada, untables como guacamole o frijol, fruta, granola o cereal y chocolate caliente. El yogur era especialmente delicioso, no siendo cualquier yogur. Elaborado seguramente por los servidores o artesanal, tenía tal viscosidad que obliga a revaluar lo que se considera un yogur. Una consistencia de leche condensada espesa, sin el dulce. Tal era su viscosidad, que al agregar hojuelas de maíz, estas permanecían completamente secas y pegadas a la cuchara. El yogur actuando como delicioso pegamento.
Otra opción memorable: los huevos vegetarianos. En India, de donde proviene Vipassana, los huevos no son considerados vegetarianos. Estos “huevos”, en todo caso, no eran hechos con ningún componente animal. Más bien, eran una especie de humus, una pasta compacta de garbanzos con especias, entre ellas seguramente cúrcuma, que le dan un aspecto y consistencia cercana a huevos revueltos bien batidos.
Siendo honesto, no veo la necesidad de llamar un plato vegetariano por su contraparte carnívora. ¿Por llamarlos huevos veganos en vez de humus?, o ¿Por qué llamar a la proteína de soya, “carve” (carne vegetal)? Por el contrario, pocas personas llamarían a una carne “verdura carnívora”, buscando que su apariencia, textura y sabor se asemejara a, digamos, una zanahoria, o un champiñón.
En cuanto al almuerzo, las opciones eran ensalada de verduras, arroz integral, sopas, granos, estofados de verduras, proteína de soya y postre. De estos, mi favorito fue la sopa, mas bien crema, de maní con sésamo y posiblemente papa. Es de admirar la capacidad de tomar ingredientes simples y crear múltiples variedades de platos. Otro ejemplo de esto en el retiro, el “tofu” de lentejas, una pasta de lentejas con una textura similar a la de un queso firme.
Es aquí donde debo mencionar la ventaja, quizás injusta, de la comida de un Vipassana frente a cualquier otra. La ventaja: Tener tu completa atención. En el retiro, donde se practica 10 horas diarias de estar presente, y donde está prohibido cualquier distracción, cada acción se convierte en un momento de presencia plena, incluyendo la comida. Aquí, se obtiene un lujo que ni el restaurante más costoso puede ofrecer, degustar una comida sin ninguna distracción y completamente presente.
Ahora si, durante el retiro, se aprende una lección que puede cambiar tu relación con la comida. La ecuanimidad, lección central en Vipassana, trata de aceptar lo positivo y lo negativo por igual, y a no reaccionar a pensamientos o sensaciones, sean de tacto, olfato, sonido, vista y por supuesto, gusto.
Por esto, es integral al aprendizaje del retiro, aceptar por igual si una comida es sabrosa o no, y eliminar el deseo o aversión por uno u otro sabor. Si la comida esta deliciosa, bien. Si esta simple, bien. Si no es de tu agrado, bien. Siendo la mayoría de los platos durante el curso deliciosos, sospecho que un par eran amargos o sin sabor para recordarnos de la ecuanimidad y aceptar todo por igual.
Otro aprendizaje central del retiro es la impermanencia. Según Vipassana, la ley de la naturaleza es que todo está en constante cambio. Meditando, se busca aceptar la impermanencia a través de las sensaciones del cuerpo. Este concepto aplica para la vida y la muerte, nuestros seres queridos, la salud, la abundancia o falta de dinero, las felicidades y las desdichas. La impermanencia enseña que todo es pasajero – “Esto también cesará”. Así hoy estemos probando el más lujoso caviar, el más sabroso taco, la más amarga bebida, o pasemos hambre, o dejemos de existir, todo es efímero, pasajero.
Al final del retiro, junto con la ecuanimidad y la impermanencia, también practicamos el estar presente, la compasión con los demás y propia, y a disolver el ego. Por mi parte, y no menos importante, me llevo una nueva experiencia culinaria, nuevos sabores, y recetas para probar y continuar explorando.
Vipassana tiene cursos en América Latina, América del Norte, Europa y Asia, entre otros.