Las chicharras cantaban en el valle del río mientras manejaba hacia Ciudad Bolívar. Al llegar, comienzan a aparecer letreros de Compra de Café.

En mi mente, esperaba llegar a un pueblo, pero no estaba preparado para la cantidad de gente que había hoy en las calles.

La plaza principal parecía una convención. Había personas y motos por todas partes. Sentados en mesas y bancas de la plaza, caminando por las calles y asistiendo a misa. Eran las 9 de la mañana de un domingo, y no había forma de tomar una sola foto sin que aparecieran personas.

Tomé un par de fotos en la plaza y comencé a caminar. Media cuadra después, aparece una señora detrás de mí llamándome.

—“¿Para qué nos estaba tomando fotos?” —me preguntó.

Era la primera vez que la veía. No la había notado en ninguna de mis fotos (luego revisé, y efectivamente no aparecía). Le dije que no era para nada en especial (me tomó por sorpresa y fue lo que se me ocurrió), y, así nada más, se fue.

Plaza Principal de Ciudad Bolívar un domingo en la mañana
Fachada de una de las casas en la plaza principal de Ciudad Bolívar

En la calle paralela a la vía principal que atraviesa la ciudad (que parece más pueblo, excepto por la cantidad de personas), encontré varias bodegas de compra y comercialización de café. Mientras pasaban Jeeps antiguos y coloridos, cargando y descargando bultos de café, vi en la acera varias pilas de cáscaras de café. En la entrada de una bodega, veo a un hombre de canas soplando un puñado de granos de café en su mano. Las cáscaras de café salen volando de su mano y el sol de la mañana las baña en un brillo dorado.

En otra bodega frente a mí, un hombre de baja estatura pasa por la calle:

—“¡Tómele una foto a este!” —me dice, señalando a su amigo parado en frente de la bodega.

Sin vacilar, alcé la cámara y comencé a tomarles fotos con una sonrisa. El hombre de baja estatura pegó un salto y apresuró su caminar: “¡A mí no!”

Bultos de café en una calle de Ciudad Bolívar

Desde las calles de Ciudad Bolívar, las montañas plantadas de café se ven de trasfondo. Y en tierra de café, ¿cómo no probarlo?

El primero lo tomé en una cafetería sencilla pero típica, con mucho movimiento mañanero. Lo que me atrajo fue su nombre: La Mansión del Pandebono, algo a lo que no puedo resistirme. Su café, aunque fácilmente pudo haber sido de marca La Bastilla (había en los estantes), estaba hirviendo y delicioso. Recién hecho, acompañado de dos mini pandebonos que no estaban nada mal.

El segundo café me lo tomé en la calle de las bodegas de café. Era una bodega convertida en café llamada Cuna de Arrieros. Su café estaba aún más delicioso que el primero, con notas dulces y frutales. Mi actitud frente al café y a otros productos “catables” como el vino o el queso es: si me gusta y me sabe rico, bienvenido. Así disfruto desde el café más sencillo hasta el más especializado. Este café, sin conocer su procedencia, sus características o su proceso de elaboración, estaba riquísimo.

Estación de Transporte de Ciudad Bolívar con un Jeep Antiguo a la espera
Máquina antigua para procesar café

Regresando a la plaza, me acomodé en una banca bajo un árbol para ver el ir y venir de todas estas personas. Pensé en decisiones importantes a tomar en mi vida y en obstáculos en mis proyectos. Tengo que recordar disfrutar el momento, me digo a mí mismo.

Antes de irme de Ciudad Bolívar, pasé por la Panadería Iberu para comprar sus tradicionales lenguas dulces.

Ciudad Bolívar quizás no es tan bonito como otros lugares en Antioquia, como Jardín o Jericó, pero pienso volver. Quiero adentrarme más en tierra de café, tierra paisa y cuna de arrieros.