Todas las mañanas la he visto ahí, en la plaza principal. Es una simple coca del tamaño de una bañera para bebé, y todas las mañanas las palomas se bañan en ella. Cada vez que vengo a Fredonia, la veo ahí: llena de agua, llena de palomas. Hoy, mañana de sábado, mientras pasa el camión de la basura y el bus hacia Jericó, no es distinto.

En la plaza principal, me siento en una cafetería al lado derecho de la iglesia. En esta franja instalaron recientemente un techo para proteger a los comensales del sol. Están remodelando la plaza y también están organizando la iglesia. Un nuevo diseño, un nuevo acabado, una buena pulida y una capa de pintura. Una casa al lado derecho de la iglesia colapsó sobre sí misma hace uno o dos años, y solo permanece el muro de la fachada.

Aun así, con todos estos cambios, renovaciones, colapsos y construcciones, esta bañera para las palomas ha permanecido. Mientras como un buñuelo y tomo un café con leche, frente a la bañera de las palomas hay un hombre con uniforme de obras públicas. Tiene una manguera enrollada sobre el hombro. Con ella, pasa junto a mi mesa y, en el piso, abre una compuerta metálica. Conecta la manguera y luego, desenredándola cuidadosamente, vuelve a pasar por mi mesa hacia la bañera.

El hombre se agacha e inclina la bañera. Con esto, todas las palomas alrededor se alejan y el agua comienza a correr por las escaleras de la plaza. Luego de vaciarla, abre la manguera y sale un chorro de agua. La limpia y comienza a llenarla de nuevo.

Objetos movibles que permanecen en el tiempo, por esfuerzo o por costumbre. Todo cambia alrededor, pero esta coca-baño permanece, a pesar de las circunstancias.